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Chavismo sin Chavez


El Chávez que nos queda

César Jerez / Viernes 8 de marzo de 2013







artículo original aquí
En la historia reciente de Latinoamérica tal vez no haya otro personaje que trascendiera sus fronteras con tanta contundencia. Sus propuestas e iniciativas no dejaban indiferente a nadie dentro y fuera de Venezuela, su proyecto generó amores populares de clase y odios viscerales de las élites, con razón.
Casi todo le salió bien, excepto su último trance vital, no quería morirse tan temprano y se murió. Muerte por enfermedad o muerte inducida, ya se sabrá, la historia termina no perdonando a nadie.

Pero su muerte tampoco deja indiferente a ninguno: sus opositores piensan, tal vez equivocados, que sin él el proceso bolivariano se vendrá a pique. Hacen campaña con su muerte. Mientras tanto, sus seguidores adoloridos transitan la capilla ardiente y se llenan de coraje, es la pobresía venezolana, la base política y social que construyó Chávez con solo tenerlos en cuenta en la refundación de un país, tendrán 7 días para despedirse de su conductor y benefactor, de su comandante. Después para ellos también vendrá un mes de campaña cargado de incertidumbre.

Es posible que el legado de Chávez le de una última lección electoral a una oposición venezolana sin proyecto, sin futuro. Sería muy paradójico para ellos que Chávez después de muerto volviera a ganar las elecciones. Los fieles seguidores de Chávez son conscientes de que el regreso al poder de la oposición es un regreso al pasado. El eventual regreso al pasado de Venezuela representaría un duro golpe para el progreso y la integración latinoamericana y sumiría al país en la intranquilidad.

Pesan mucho los problemas que no alcanzó a solucionar Chávez en vida, pero pesan mucho también los aportes que alcanzó a hacer al sacar del ostracismo y la pobreza a millones de venezolanos.

Dicen que a Chávez le cambió la vida el asesinato de Allende, el tener que perseguir a guerrilleros, ver como los torturaban con bates de beisbol, también el tener que recibir en sus brazos a soldados moribundos después de los ataques guerrilleros, eran “campesinos que mataban a campesinos”, dijo alguna vez. Pero su vida cambió del todo durante el caracazo, nunca entendió la orden de disparar contra inermes ciudadanos empobrecidos de las barriadas de Caracas. Ya no volvió a ser el mismo y Venezuela iniciaba con él un camino para no ser nunca más un país de millones de miserables empobrecidos por los ricos flotando en un mar de petróleo. Fundó un movimiento político de militares con el que intentó defenestrar a Carlos Andrés Pérez para instaurar una constituyente que sacara del poder a la élite corrupta y multimillonaria, movimiento con el que finalmente ganó las elecciones de 1998 y todas las demás hasta su muerte.

Los que pensaron que Chávez se convertiría en un patriarca déspota, enriqueciéndose en su soledad, contando los días de lluvia y de sol desde su silla del poder, finalmente se quedaron con las ganas, ningún presidente latinoamericano promovió tantas elecciones como Chávez, ninguno introdujo tantas reformas beneficiosas para las mayorías, ninguno aportó tanto a la integración latinoamericana y ninguno distribuyó tanto la renta petrolera dentro y fuera de Venezuela.

El Chávez que nos quedó es un fenómeno llanero y caribeño, un pintor de niño, un poeta, declamador, cantante y coplero, un jugador de beisbol que se volvió militar, un lector compulsivo, historiador de hecho, un personaje sincrético, católico, marxista, libertario, sensible hasta el llanto, un hombre con una dimensión profundamente humana, el hombre que sacudió a Venezuela, el que nos puso a pensar de nuevo, como Bolívar, en una patria grande, digna y soberana para Latinoamérica.